No acababa de despegar mi economía, no acertaba una. Como casi siempre es muy difícil introducirse en el mundo de los negocios. Hay que ser muy hábil y tiene que pasar largo tiempo para que te conozca la gente y se fíen de ti, porque ven que eres formal y que les tratas bien y con buenos materiales. Es fundamental porque ven que trabajas con seriedad y es cuando las cosas funcionan. Si eres un trampa todo se va a la porra, por ese motivo yo pude seguir con mi trabajo y ser apreciado por mis clientes. No se puede engañar a nadie porque el engañado va a ser el que todo lo quiere para sí. Yo conocí algunos que tubieron que cerrar por no ser serios, eso es muy importante.
Pensé en un negocio que daba dinero: la fundición de grasas. Di vueltas para comprarme un autoclave, pero no me fue posible porque el terreno en el que yo pensaba ponerlo ya lo habían vendido. Y ese tipo de industria no se podía instalar más que en lugares estratégicos y lejanos de los pueblos por el mal olor que despiden algunas veces las grasas en cantidades industriales. Aquel negocio me falló y, por si fuera poco, en una tarde que venía de Gijón de negociar la autoclave. Circulaba por el alto de la madera en dirección a mi casa, llovía y ya era de noche, aunque eran solo las ocho. Al entrar en una recta, no muy larga pero si lo suficiente como para darme tiempo apartar mi coche a un lado ya que vi un coche que al salir de la curva de arriba se le marcho. Aunque fue hábil y consiguió dominarlo por un momento, pero la marcha que traía añadido al mal estado del suelo, le estrelló contra una roca en la parte derecha de la carretera. Yo, que lo presenciaba apartado a un lado, dije a mi hermano:
-¡Ahí viene!
Agarrándome al volante y frenando a tope aunque ya parado lo esperé fuera de la calzada, donde había un ancho por la construcción de un muro. En efecto, nos dio un porrazo que, de no haberme dado cuenta para frenar, hubiera lanzado al prado. El fuerte impacto me dejó el coche fuera de combate: le deshizo una rueda, la aleta delantera izquierda y parte de la defensa.
Había mucha gente circulando en ambos sentidos. El conductor, medio adormilado de los dos golpes que sufrió, no se enteraba de lo que le había pasado. Al dar a mi coche, parado fuera de la calzada, salió disparado contra el lado opuesto, pegando por tercera vez con otra roca. En el momento de auxiliarlos, mandé a su mujer y dos niños para la casa de socorro en un coche, por si tenían lesiones, aunque a la vista no se les vio nada.
Después de examinar al conductor y ver que solo eran magulladuras y que reaccionó, le dije: que si se daba cuenta de lo ocurrido. Dijo que si, y que se haría cargo su seguro.
-Le dije que no hacía falta levantar atestado, porque le podían fastidiar su carnet. La gente como siempre, se amontonó alrededor y diciendo.
-¡No se te ocurra chaval! llama a la Guardia Civil. Tú estás libre de toda responsabilidad porque le esperaste fuera de la raya de calzada. Si le pasa algo a un niño y quitas el coche de ahí ¿cómo justificas que tú no tuviste la culpa?
Era cierto, estaba situado fuera de toda responsabilidad, pero con buena voluntad todo se arregla y yo no quería perjudicar aquella familia.
Fue increíble el gallinero que allí se preparó. No me escuchaban. Todos daban su opinión pero nadie lo mismo En ese caso, aunque iban a mi favor, no conseguía controlarles para que se callaran, hasta que un señor, que vivía en una casa al borde de la carretera, les dijo:
-¡Callaos ya de una vez! Estáis como mazas, el único que sabe lo que hay que hacer es este señor, que encima de ser perjudicado, quiere ayudar al del accidente y ustedes no lo entienden. A este señor no le puede pasar nada aunque se muera un niño o quien sea, porque él no tiene la culpa de que se le haya marchado el coche al otro.
Aquel señor que supo comprender las cosas, me dijo: señor, yo vivo en aquella casa y voy con usted a decir la verdad hasta Moscú si fuera necesario. Haga lo que tenga que hacer, y si para no perjudicar a este señor es mejor no levantar atestado no lo levante, que yo le ayudaré, y alguno más habrá también.
Le di las gracias y les hablé a todos:
-Señores, les entiendo y les doy las gracias por interesarse por mí, pero si el dueño del coche se hace cargo del siniestro, no pasa nada, porque, como el señor de la casa bien dice, de lo que ocurrió alguno de ustedes también darán fe si fuera necesario, aunque pienso que no hará falta. Tomaré nota de dos testigos más y no se perjudicará a este hombre.
Varios dijeron que allí estaban para decir la verdad, que tenía mucha razón. El conductor firmó el parte, le mandé a la casa de socorro y me quedé esperando la grúa. Mi hermano había ido hasta Sama en un coche a buscarla, porque en aquel tiempo no había teléfono por esos pueblos, ni tampoco móvil.
Mientras que esperaba, entre varios curiosos que preguntan qué había pasado, un señor se bajó de su coche, me saludó y, después de ver como estaba mi coche, me preguntó lo que había pasado. Me preguntó si había levantado atestado. Le dije que no, que el conductor del otro coche fue razonable y no lo creí necesario. Este señor dijo que era Guardia Civil y que había hecho bien. Siempre que fuera posible no debía hacerse atestado. Él mismo había hecho alguno, pero no cuando el caso estaba tan claro como el mío, estando como aparcado fuera de la carretera, con indicios de no ser movido. Me comento que sabía él de otros casos en lo que se había perdido el juicio aun teniendo la razón. Estaba completamente de acuerdo con lo que aquel buen hombre dijo. Tenía corte de muy buena persona. Vi que entendía bien lo que eso era. Le di las gracias y se fue.
Aquella familia era de Bilbao y viajaban a Gijón a visitar unos familiares. Al marchar y habiéndose recuperado, me dio las gracias y me dejo su dirección en Gijón, por si precisaba de alguna cosa. Fue un señor muy razonable y atento.
No tuve que molestarles para nada, dio su parte a su seguro, repararon el coche y no hubo problema alguno. Nuca más vería al paisano de la casa ni al resto de los que se ofrecieron por si hacían falta, ni tampoco al conductor del coche, ni a su familia
En este grupo de mineros de mi valle esta mi padre y su hermanos benjamin y mi padrino Belarmino y otros vecinos
Todos con lámparas de gasolina que usaban los minero de a qué tiempo
El primero por la izquierda, Bernardo Suarez de La Bobia. Para los vecinos Bernaldo el de Josefa” El segundo y tercero son de San Mames pero no sé cómo se llamaron. El cuarto Alejandro “Jano” de San Mames. El quinto Herminio García “Mino” de La Bobia, mi padrino. El sexto Benjamín Fernández hermano de mi padre y el sétimo Arsenio Fernández, mi padre.
1. Curiosas anécdotas de los antiguos de mi pueblo
Recuerdo a muchos de los paisanos de aquellos tiempos, y sobre todo a los vecinos, Aurelio y Barista, su esposa. Eran muy buenas personas y muy generosos. Cuando me encontraba una mañana llindando las vacas en un prado a lado de su casa, me llamó Barista, para darme manzanas, me acerqué y mientras que cogíamos las manzanas, por allí correteaban unos gatitos pequeños, le dije:
-Nos hace falta un gato para mi casa. No sabemos qué le paso a una gata que teníamos que desapareció, es posible que la comiera la raposa que todas las noches deambula por el pueblo donde caza las gallinas o gatos.
Barrista con mucha gracia y con la amabilidad que siempre tuvo dijo:
-Estos no te los doy, son agostiegos y los gatos de agosto son malos.
Un poco sorprendido le dije:
-Yo también seré malo porque nací el uno de ese mes.
-No, hijo, nada tienen que ver los gatos con las personas, ya te daré otro que será mejor.
Cierto es que tenían esas creencias que yo desconocía pero que más tarde oí decir a más gente.
El día que sacaron fotografías a mis máquinas
En una ocasión llamé a Justo Arienza, el fotógrafo de Blimea, para hacer unas fotos de mis máquinas. Era un gran profesional, muy trabajador y una excelente persona, apreciado por todos en nuestro valle. Vino con su hijo, de unos veinte años. Después de saludarnos Arienza me dijo:
— Arsenio, cuando entramos a tu finca y te vi, me acordé de tu accidente y de lo mal que lo pasaste y le dije a mi hijo “este hombre es de acero, mucho aguantó, y mira donde está. Yo tuve que sacarle su polla para orinar, fue la única que cogí en mi vida”. Luchaste mucho pero hoy estás en un pabellón muy alto. Los que conocimos tu situación casi no lo podemos creer. Saliste adelante, hay que ser valiente, decía mirando a su hijo, mira estas máquinas que le fotografiamos. Él mismo las inventó y él mismo las hace, no se puede creer si no lo ves. Fíjate hijo, le dijo, como será este hombre de luchador, que hasta las manos que lleva él las inventó y las fabrica aquí en su casa. Es casi imposible creer que en estas condiciones sea capaz de hacer estas máquinas. Cuando las personas que sabemos cómo fue tu accidente comentamos tu caso, los que no te conocen, no lo pueden creer. Les parece imposible que te hayas podido recuperar y sobre todo que puedas trabajar con esos aparatos que, además, son metálicos y deben pesar mucho. Tienes a la gente asustada de lo mucho que trabajas. Eres mundial, dijo.
Habían pasado más de cuarenta y cuatro años y no se había olvidado del sufrimiento que vio en mí cuando me tuvo que ayudar, así me lo dijo.
—No hay palabras suficientes para describir tu fuerza de voluntad, amigo, dijo él al despedirnos.
Había sido panadero en su juventud, y me ayudó cuando subía con su mulo y sus maniegas a los pueblos del valle San Mamés a servir el pan. Caminando por aquellos caminos llenos de barro y estrechos por donde las maniegas no cabían. Precisamente los mismos caminos por donde yo paseaba lleno de amargura y sufrimiento y agobiado por mi situación, esperando encontrarme con un vecino que me ayudara para poder orinar. Todavía no había luz, ni teléfono, ni carretera por algunos pueblos, aunque sí en el nuestro.
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