Muchas gracias a todos los que os acordasteis de mí, en este día en el que
cumplo 86 años. Aunque mi juventud ha sido desdichada y muy dura por las
circunstancias.
Primero, por la guerra civil y la posguerra, en las que pasamos mucha hambre, mucho trabajo, mucho miedo y mucho frío (fueron duros inviernos, en los que ni siquiera teníamos ropa de abrigo) y después, por sufrir varios accidentes de trabajo.
Entre ellos, tres muy graves. Uno, por una descarga eléctrica mientras trabajaba en una escombrera para Duro Felguera, cuando tenía 14 años y medio y que por estar en aquel tajo solo, poco faltó para que muriera electrocutado.
Cuando me libraron del cable que no me soltaba, y que debido a la fuerte tensióneléctrica, me azotaba con fuerza de un lado para otro, mi cuerpo ya estaba negro y
medio quemado, por la descarga de una derivación de alta tensión de 5.000 W.
Cuando me llevaron al botiquín de la empresa, el médico me dijo: “Arsenio, hoy
volviste a nacer, tu cuerpo ya no podía aguantar más, en un momento habrías sufrido un
paro cardiaco, y como consecuencia de este, la muerte”.
El segundo accidente sucedió cuando tenía 18 años Era picador de carbón, se
desprendió del techo de la mina un enorme peñón, que me dejó enterrado hora y media
y varios días en el hospital, sin saber si despertaría o no. Lo que nunca olvidaré, pues
podía oír hablar a mis compañeros, mientras picaban a martillo el duro peñón para
rescatar mi cuerpo. Alfredo, mi vecino, le decía a Marcelino, que picaba el peñón: “Pica
con cuidado, no vaya ser que lo piques a él”. Cortina, que fue el que me encontró
enterrado dijo: “ya no siente, lo he llamado muchas veces y no me oye, Arsenio está muerto”.
El peso del peñón, que me cogió de medio lado, me rompió la clavícula. Amedida que pasaba el tiempo, su peso me aplastaba todo el cuerpo y no me permitíarespirar más que a tirones. No podía hablar, pero sí oír. Cuando dijeron que estaba muerto yo pensaba: “todavía no lo estoy, pero pronto moriré. Lo peor será para mis padres, cuánto van a sufrir…” Eso era lo que pasaba por mi cabeza, cuando vi que la muerte se me acercaba por asfixia y por la terrible presión del peso.
En un momento, todo terminaría para mí, pero no para mis padres. Una vez más, vemos lo importante que es el cariño de la familia. Yo estaba esperando morir de un momento a otro, porque ya no aguantaba más y, a la vez, sufriendo por ellos.
Nunca sabemos lo que podemos aguantar, somos mucho más fuertes de lo que pensamos.
El tercer accidente fue, a los 20 años, detonando una carga de dinamita, en la
que perdí las dos manos. Un accidente al que, en teoría y según los técnicos, es casi imposible sobrevivir, ya que en el bolsillo de arriba de mi chaqueta, llevaba 7 detonadores que pudieron explotar “por simpatía”. Pero no fue así y aquí estoy, sano y salvo, aunque la lucha fue demasiado dura y durante mucho tiempo… pero al final vencí tanta adversidad y viví como corresponde a un hombre.
Después de todo lo ocurrido y de tantas peripecias, me encuentro bien de salud, espero seguir adelante como siempre y en compañía de mi familia y de todos vosotros.
Os deseo mucha suerte y que todos nos veamos libres de esta maldita pandemia
muy pronto. Muchas gracias a todos.
¡Un fuerte abrazo y hasta siempre amigos!
Arsernio Fernández
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