Historia de un dolor
Después de aquel tremendo accidente en el que perdí las dos manos y de sufrir tanto, una vez más, se demuestra que el hombre que lucha y trabaja, puede hacer cosas muy importantes en la vida, y no sólo para él, sino también para otras personas que sufren y no pueden con su trauma.
Por ese motivo, escribo en mi blog este y otros artículos. Para mostrar lo importante que es el saber que, con agallas y mucha paciencia, se pueden combatir muchos y serios problemas.
Inmerso en tanta lucha y tanto desequilibrio, por tanto pensar y sufrir, a medida que transcurría el tiempo, iba pasando revista a las cosas que recordaba ya desde mi juventud y que me parecían importantes. Estas siempre aportan algo a la inteligencia.
A fuerza de “darle vueltas” a mi cabeza, entre otras cosas más, recordé el caso de un Señor de 50 años, de un pueblo cercano, que padecía un trauma severo. Había sufrido unos años antes una parálisis del lado izquierdo, que le dejó inmóvil brazo y pierna, además de fuertes dolores. Por si eso fuera poco, se quedó viudo, lo que agudizó su duro problema, ya de por sí, muy fuerte para él.
Este hombre no parecía ser de los fuertes, y por si fuera poco, su escasa cultura también le suponía un serio problema más. Decía tener fuertes dolores en su brazo y pierna, noche y día. Se pasaba el tiempo llorando y quejándose. Se sentaba delante de su casa y a llorar, que era lo suyo, por lo mucho que sufría.
Lo curioso de este caso, y que a mí me llamó mucho la atención, después de observarlo muchas veces, además de pasar pena por él, era que, con mucha frecuencia, lo visitaba una señora que le daba un abrazo y mucha gracia. Este hombre como por arte de magia y como si estuviera sano, con mucha alegría y grandes carcajadas, la invitaba a su casa, cerrando tras de sí la puerta y la ventana… Aquella señora, que era de su edad, también estaba sola. Todos podemos imaginar lo que allí debía suceder.
Hasta ese punto todo normal. Pero lo que yo no entendía es: ¿por qué aquel tremendo cambio con la presencia de la mujer y, al otro día, volvía a lo de siempre, a quejarse y a llorar? Yo con mis 17 años, como otra gente más, conocíamos aquellas aventuras que considerábamos normales. Lo curioso era observar cómo aquel hombre, que a simple vista, parecía estar muy enfermo, pudiera cambiar tan rápidamente, nada más ver a la mujer acercarse. Aquellas visitas de la señora fueron durante largo tiempo y siempre ocurría lo mismo, a llorar de nuevo… Nunca me olvidé de aquel Señor, que sólo estaba alegre y contento cuando la señora lo visitaba…
Otro caso que considero muy importante, fue el de mi propia madre, que fue mujer de mucho arte. Era muy trabajadora y fuerte, a pesar de padecer un serio problema de corazón. Nada menos que cuatro complicaciones: Infarto de miocardio, insuficiencia cardiaca, irrigación coronaria y angina de pecho. Un cuadro clínico severo y tan duro, que el especialista Dr. Meneses, que la trató, dijo desde el principio que se moriría en poco tiempo. Por suerte no fue así, vivió 40 años con aquel serio problema y trabajando en labores del campo y de la ganadería, además de los trabajos de ama de casa y de criar a sus 14 hijos. Después de tanto sufrimiento y lucha, queda patente la fortaleza de mi madre.
En una de esas recaídas fui a buscar al Doctor Meneses, en un invierno de aquellos tan malos, de lluvia, nieve, tormentas y fríos, en el año 1.973. Nada mas verme el Doctor me dijo: “¿no vendrás a buscarme para tu madre? ¿cuánto hace que murió?”
-“No se ha muerto. Es posible que sea esta vez. Está muy grave, por eso vengo a buscarlo. Lleva en cama varios días y en lugar de mejorar, la cosa se complica más. Traigo mi coche, si no se atreve a subir conmigo, llamo a un taxi. Yo sólo llevaba conduciendo un mes. Esto era a finales de Enero de 1.973 y había sacado el carnet de conducir, el día 1 de Diciembre de 1.972.
-“Cómo no voy a subir contigo, si sé que eres un buen conductor. Aunque no tengas manos, manejas el volante como si fuera de toda la vida. Estoy bien informado por los ingenieros, tus jefes te aprecian mucho, por lo valiente y cumplidor que eres”
-“Muchas gracias Doctor, sí que se me da muy bien, no tengo ningún problema para conducir, ni para trabajar de todo. De muy joven comencé a trabajar. Lo que se aprende de joven, no se olvida nunca. Esa es una de las ventajas de nacer y criarse en la aldea, a parte de la enseñanza de nuestros padres, que siempre cumplimos con todo detalle”
Se fue al fichero a mirar el historial de mi madre y, con asombro me dijo: “Arsenio, tu madre es de acero, en toda mi carrera, no se ha conocido caso como éste. Según la ciencia, es imposible vivir en ese estado y, ella no solo vive, sino que también trabaja”
Subimos a verla a su casa en La Bobia, a 486 metros de altura, con aquella enorme tormenta donde no servían ni los paraguas. Después de comprobar el estado de gravedad, el Dr. me dijo: “Arsenio, llévame a Sama, coge las medicinas y ven todo lo rápido que puedas, es posible que ya no la encuentres con vida”
En aquel tiempo había poco tráfico, por eso subí a toda prisa, para darle las medicinas que la salvaron, porque ya estaba en cama, sin poder hablar, ni moverse.
No murió de aquella, aguantó 5 años más. Su edad iba con el siglo, nació en 1.900, y murió en 1.978. Después de padecer aquella tremenda enfermedad desde los 38 años, trabajando toda la vida desde niña.
El Dr. Meneses, al que mucho aprecié por ser un gran profesional de la medicina, cada vez que nos encontrábamos por Sama, comentaba el caso de mi madre.
Aparte de la gran fuerza de voluntad y la fortaleza que uno tenga, es posible que el buen tiempo algunas veces nos ayude a esos cambios tan notables. Hubo algunas épocas en las que después de permanecer en cama unos cuantos días y con un tiempo gris y lluvioso, llegaba un domingo alegre y soleado. Mi padre que la quería mucho, la animaba y la llevaba con él a una romería de campo o a visitar a alguno de los hijos casados en zona lejana. Es posible que las ganas de salir de casa, también fueran importantes, para esa recuperación del ánimo. Los que somos trabajadores de profesión, siempre preferimos el campo, antes que estar cerrados en casa.
Tuvo épocas de permanecer en cama hasta dos o tres meses. Fue tan dura y trabajadora que muchas veces se desmayó trabajando en las tierras. Se caía en el mismo riego que estaba haciendo para sembrar, sin conocimiento. Rápidamente yo con 9 años, le daba masajes al corazón para ayudarla a reponerse. Así me habían enseñado, porque era el que siempre la acompañaba. Mi padre estaba en el trabajo en la mina, los hermanos mayores se habían casado y siete eran más pequeños que yo. Al recuperarse seguía con su trabajo de labradora, ¡como si no hubiera pasado nada!
Durante todo ese tiempo de la enfermedad, tuvo que tomar a diario un jarabe, llamado Neuronal Turón. Un frasco de cristal verde ovalado y de 300c.c. No recuerdo el principio activo que llevaba, pero sí su color vino y su mal sabor.
Estos dos casos, como otros más, que siempre recordé, me sirvieron más tarde, para reflexionar mucho en aquel tiempo, después de mi accidente y tras perder las manos. Cuando me encontraba como perdido en el mundo, atormentado de tanto sufrir y, sin saber que camino tomar. Pasando revista a estos casos extremos, me doy cuenta de que nuestro cerebro, es débil y vulnerable ante tanto sufrimiento. Haciendo estos análisis, es cuando pienso que mi grave problema, pudiera tener alguna solución, si aguanto y lucho para dar con ella.
La pregunta que me hacía era la siguiente: ¿por qué el cerebro humano, sufre esos cambios tan rápidos y tan diferentes? Si esas personas que sufren terriblemente en un momento dado, son capaces de cambiar y de sentirse como sanas, tiene que haber alguna explicación.
En el primer caso, era la visita de la mujer quien daba estímulo y alegría al malparado caballero, que se sentía sano y feliz con ella, volviendo a su estado de sufrimiento, al quedarse solo.
En el caso de mi madre, siempre lo tuve muy claro: aparte de ser una mujer muy valiente y fuerte, tenía una fuerza de voluntad de acero. Por ser como era y, a pesar de su grave enfermedad, sabía sobreponerse ante tanto dolor y sufrimiento y, por eso conseguía esos cambios que le permitían seguir trabajando, nada mas recuperarse de los desmayos.
Teniendo en cuenta esos cambios tan importantes, llegué a una conclusión: Nuestro cerebro es débil y, no lo podemos dejar pensar en cosas negativas. Hay que dominarlo y pensar en trabajar y hacer cosas que nos ayuden a resolver el problema.
Para conseguir este notable cambio y dejar de sufrir tanto, hay que practicarlo mucho y, procurar dejar la mente en blanco, para luego pensar en positivo. Todo esto parece imposible, pero es real. Claro está, que es difícil, pero si no sale en los primeros intentos, saldrá en unos cuantos más.
Todo esto fue muy importante para ordenar mi aturdido cerebro, frenando un poco esos tremendos sufrimientos y, serenarlo para seguir trabajando en mi rehabilitación y en los diseños que iba descubriendo, para construir mis propias prótesis, que a su vez me sacaron de aquel tremendo estado, de desconcierto y sufrimiento. Si se consigue, eliminar los malos pensamientos, la vida te cambia totalmente y te da fuerzas para seguir con tus proyectos.
Yo lo tengo muy claro, no se puede dejar rienda suelta a los pensamientos. En esos tristes momentos de tanto agobio y sufrimiento, es necesario, serenarse y poner orden en tu cabeza, para conseguir un poco de paz y sosiego. Es en este tiempo de amargura y tanto sufrir, además de poca experiencia, cuando mi reflexión me aconseja, seguir adelante. Es donde se decide el destino de lo que iba a ser mi esclava vida. A pesar de tanta lucha, no me pesa el camino que escogí, creo que acerté. Pudieron pasar varias cosas. Quedarme triste y solo, padeciendo a todas horas. Quedarme sumido en el miedo y el terror, que produce el pensar en el porvenir, y en una vida destruía para siempre, o reflexionar y pensar en lo valientes y bravos que fueron mis padres, y lo mucho que lucharon para criar a sus 14 hijos, en aquellos tiempos extremos, de hambre y esclavitud. Esto junto con el cariño que nos dieron, me enseñó el camino de la lucha y del bien. Esa fue mi suerte, pude conseguir, quedarme con ellos para acompañarles por la vida y darles ese cariño que de ellos siempre recibí.
Si te quedas en una esquina llorando tu desdicha, y comienzas a disculparte con el trauma que llevas, solo conseguirás tu destrucción. Ya nunca podrás recuperarte. Todo esto tiene que ser ya, y en el primer momento del cambio tan radical que acabas de sufrir, si no aciertas, adiós para siempre. He comprobado a través del tiempo transcurrido, que esto le ocurre a mucha gente que nunca se ha recuperado, por ser más fuerte el sufrimiento, que su propia voluntad.
Después de este terrible accidente, lo primero fue la cura física y luego la cura psíquica y moral, que no es fácil de conseguir. En esos tristes momentos pierde uno las ganas de comer y hasta de vivir. La pena que invade a uno, le atrofia hasta la inteligencia. Si los dolores del traumatismo ya de por sí son terribles, aun lo son más, los de la mente que casi hace que se pierda la razón.
Después de tanta amargura es imposible creer en la recuperación. Si la misma sociedad no cree en ella, menos lo va a creer el que la padece. Al menos así era en aquellos tiempos en los que decían, pobre Arsenio, mejor era que se haya muerto en el mismo accidente, que va ser de él, a dónde va a ir sin las dos manos.
Aunque me hayan salido bien las cosas y me recuperé, yo también lo pensé así en aquel tiempo. Pero las cosas no son como uno las quiere. Creo que cuando uno nace, ya tiene el camino de su vida trazado y que nadie se lo va a ocupar. Cada uno recorrerá el suyo, sin que pueda apartarse de él.
Aunque mi destino quiso ser duro conmigo, y me quitó hasta las manos, además de sufrir varios accidentes de trabajo, no fue lo suficiente como para perder el sentido de la lucha y el cariño por mis padres y hermanos. Por eso no acepté la invitación de Alejandro, el otro chico que también perdió las manos y un ojo, cuando me invitó a que los dos juntos nos suicidáramos, tirándonos al tren que pasa por al lado del hospital, en Sama de Langreo, a la semana de perder las manos, para dejar de sufrir y no ser una carga para los demás. Así lo pintaba él, convencido de que era lo mejor. Por eso nunca pudo levantar cabeza, hasta que se murió siendo muy joven, cansado por tanto sufrir y enganchado a la bebida, que lo destrozó.
Después de todo lo ocurrido, creo que es necesario el dar a conocer esta dura, pero real historia, porque puede servir de orientación y alivio para algunas personas que sufren y no tuvieron ayuda de nadie.
Está muy claro que todos necesitamos unos de otros. Hay un dicho que dice: el que no haya tenido más maestro que sí mismo, siempre será como un pollino.
Mi vida se truncó a los 20 años: sin manos, sin dinero, sin cultura porque no había estudiado, pues mi vida había discurrido entregado totalmente al trabajo, sin conocer más mundo que el que nos rodeaba en la aldea. No se conocía ningún medio para combatir el duro problema.
No pude estudiar hasta después del accidente y más tarde al retirarme a los 65 años. Antes me fue imposible. Trabajé de sol a sol, así lo decían los que me rodearon. Pensaban que me iba a quemar por tanto trabajar. Algunos decían que mi fin sería morir reventado y de muy joven. Pero lo más curioso de este caso, es que hoy lo que me preguntan, es que después de una vida de tanto esfuerzo y trabajo cómo me arreglo para estar tan bien conservado.
Con alguna frecuencia, la gente que me conoce de toda la vida me dice. “Arsenio tú qué comes, qué haces para conservarte tan bien, estás como un chaval, no pasan los años por ti. Todo el mundo que te conoce, comenta tu caso. ¿Casi revientas trabajando y estás perfectamente bien?”
Aquí, sí que hay que hacer un análisis de lo que supone el trabajo y el método para cuidar de la salud. Creo que es fundamental una buena alimentación, pero sin comer demasiado. No beber demasiado alcohol y, por supuesto, el movimiento, el trabajo diario creo que es como una terapia que cura. Evita cargarse de grasas y se mantiene uno ágil y fuerte. También puede que la naturaleza de cada uno sea importante. La mayoría de las veces, la genética, es la que impera.
Cuando un hombre se ve en un caso tan duro como éste, en el que te encuentras destrozado, con el cerebro como bloqueado, los pensamientos se sucedían a la velocidad del rayo. Por eso hay que intentar coordinar las cosas, para evitar perder el norte y, sin saber que camino vas a seguir. Eso al principio era imposible, la amargura y la tristeza me invadían y no me dejaban ver otra cosa. Pero la lucha y el trabajo lo cambiaron todo y conseguí llegar a la meta que me propuse: el poder trabajar y valerme como los demás.
Un cordial saludo.
Arsenio Fernández.
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